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martes, 31 de agosto de 2004. Información actualizada por Guiller
El primer comentario que muchas personas hacen ante el diseño de un logotipo, de una silla o del envase de unas patatas fritas es: "eso hasta yo lo hubiera hecho, una raya así, otra abajo y ya está".
Quizá acostumbrados a esa sensación de que los ordenadores lo hagan todo y lo hagan, además, fácil, se olvida con frecuencia todo el contexto en el que se ha desarrollado ese diseño, concentrándose únicamente en el resultado.
Y es que el primer paso, el segundo y el tercer paso de cualquier proceso de diseño es la recopilación de toda la información posible que rodea al objeto en cuestión. Pongamos un ejemplo: pensemos que tenemos que reformar la imagen corporativa de una marca de leche. La investigación se abre en distintos frentes. Por un lado, hemos de conocer dónde se recoge la leche, en qué granjas, cómo son las vacas, dónde pastan, si estamos ante granjas de producción intensiva o no, cómo se lleva la leche a las centrales lecheras, cómo son las instalaciones, el color de las paredes, quiénes son los operarios, cómo se trabaja, el proceso de elaboración, si se producen otros derivados lácteos, si se tienen recetas propias, si es una empresa familiar o no, cuántos años llevan en el sector, cómo empezaron, ...
Otro frente es lo que ha sido el producto hasta ahora, a quién hemos vendido, en qué ciudades, en cuáles más y en cuáles menos, por qué, quiénes son nuestros compradores, cuáles son sus edades, sus gustos, sus hábitos de compra, por qué nos compran, por costumbre, por precio, estarían dispuestos a seguir comprándonos si les aumentamos el precio si con ello "sólo" obtienen un "lavado de imagen de la marca", aceptarían un regalo a cambio de que pasaran a formar parte de una base de datos, qué porcentajes de clientes ganaríamos o perderíamos con el cambio de imagen, ...
Hemos de saber qué hace la competencia, cómo son las imágenes de los demás, qué colores usán, qué tipografías, por qué esas y no otras, qué estrategias publicitarias usan, sólo televisión o más bien se centran en campañas de descuentro dentro de los puntos de venta, cuáles son sus clientes, podemos llegar a ellos, ...
También tenemos que preguntarnos dónde va a estar colocado nuestro producto, o dónde lo queremos poner, en qué mercados, en qué ciudades, en qué estante del hipermercado, cómo son nuestros envases, los podemos cambiar, podemos permitirnos un cambio de imagen global, se adaptará bien el logo a los tamaños pequeños como una tarjeta y a los grandes como las lonas de los camiones de reparto, cómo son nuestros camiones, si suelen ir limpios o no, si son puntuales en las horas de entrega,...
En ocasiones, y entre toda esta maraña de información y creyendo que lo sabemos todo, se olvidan (paradójicamente) los deseos del cliente que nos contrató. Craso error, no solamente porque va a ser él que nos pague, sino porque él atesora toda una valiosa información por su experiencia diaria.
Una vez con toda la información sobre la mesa, empezaremos a estudiarla. Valorando todas las posibilidades, bocetándolas sobre el papel, definiendo sus trazos básicos, mostrándola a públicos objetivos, y cuando creamos que ya lo tenemos, vuelta a empezar. Una y otra vez. Y así hasta que no tengamos ninguna duda que no hay más opciones que la elegida. Y será entonces, cuando podamos pasar nuestra idea al ordenador.
Esto ha de hacerse siempre, de forma proporcional y sea cual sea el proyecto. Puede parecer exagerado, pero probablemente nos hayamos quedado cortos. Cualquier proceso de ideación es complicado, pero la posesión de la máxima información nos ayudará a que todo resulte más fácil. Como dice la sabiduría popular, "nunca se sabe dónde va a saltar la liebre".